Volvemos a recordar hoy otra más de las leyendas que jalonan la historia de Sevilla, en este caso, la de la desdichada judía Susona, o como la conocen todos los sevillanos, la Susona, un relato triste y trágico con el amor y la traición como ejes centrales.
Antes de pasar a la historia propiamente dicha, debemos situarnos en el contexto en el que transcurrió todo...
Nos situamos en la Sevilla de la segunda mitad del siglo XV, hacia 1480 aproximadamente, una época en la que reinaban en nuestra península los Reyes Católicos y en la que, hecho fundamental de esta historia, las relaciones entre los cristianos y la minoría judía no pasaban por su mejor momento.
No olvidemos que en 1492, los monarcas acabarán expulsando a los judíos de sus territorios, siguiendo el ejemplo de otros reyes europeos que hacían lo mismo en sus respectivos países.
Huelga decir por lo tanto, que en una ciudad con una población judía tan numerosa como Sevilla, dedicada mayormente al comercio, la usura y la administración, esto acarrearía trágicas consecuencias, más aún cuando Isabel y Fernando decidieron implantar la Santa Inquisición en sus reinos.
En esa Sevilla de la que hablamos, en pleno barrio de Santa Cruz, donde residía la mayoría de la población judía de la ciudad, vivía la familia de Diego Susón, un miembro destacable y bien posicionado de la comunidad hebrea hispalense.
Este Diego Susón tenía una hija llamada Susana Ben Susón, o "Susona" como se la conocía entre sus vecinos y hermanos de fe, y era especialmente famosa por su belleza y buena presencia, lo que la convertía en presa apetecible para todos los jóvenes casaderos judíos de Sevilla.
Pero la bella Susona, y aquí empieza la historia a complicarse, hacía oídos sordos a los reclamos de sus pretendientes y decidió darle un toque de exotismo a su vida amorosa entablando una relación con un joven cristiano perteneciente a una familia noble sevillana.
Según parece la ingenua Susona se enamora perdidamente del joven cristiano y, ciega de amor, dará todo por su galante caballero, provocando la ruina de su familia, hermanos de fe y la suya propia.
Volvemos en este punto al contexto histórico ya comentado; el acoso y derribo que sufrían los judíos por esta época y la cacería que practicaba con ellos la Inquisición, llevó a que éstos, en los momentos más duros y desesperados por su situación, pensaran en alguna ocasión en rebelarse y organizar conjuras contra los cristianos, recurriendo incluso a solicitar ayuda a los musulmanes de Granada.
Los judíos sevillanos fueron de los que pensaron en jugar esa última carta a la desesperada pese a los riesgos que ello conllevaba. De esta forma, miembros de las familias judías más importantes de la ciudad comenzaron a reunirse clandestinamente para organizar la rebelión.
¿Y quién cedía su casa para celebrar aquellas reuniones secretas? Correcto, el bueno de Diego Susón.
Pero ya hemos dicho que esta historia rezuma traición y muerte, así que allá vamos...
Obviamente, la Susona, viviendo en casa de su padre, no tardó en conocer de las actividades secretas de su progenitor y sus compañeros y, muy asustada, se lo cuenta todo a la persona en la que más confía, su enamorado cristiano...con funestas consecuencias.
A nadie sorprende, menos a la ciega de amor Susona, que éste no tarde en acudir a las autoridades cristianas para advertir de la conjura y todo concluye con los resultados esperados: los guardias acuden a la casa de Susón y todos los reunidos son detenidos y más tarde ejecutados.
Y ahora viene la tragedia de nuestra pobre Susona: su enamorado la repudia por sus orígenes judíos, los cristianos lógicamente también le hacen el vacío y lo que es peor, sus propias familiares y vecinos la rechazan por considerarla una traidora.
La desdichada Susona rompe con todo y toma una decisión drástica: reniega de su fe, se convierte al catolicismo y toma los hábitos, acabando su vida tras los muros de un convento.
Por si fuera poco, y devorada por su conciencia, tras su muerte dejó dicho que su cabeza fuera separada de su cuerpo, y que ésta fuera exhibida en una caja colgada de un muro de la que fue casa de su padre para que todos supieran de sus pecados, esperando así expiarlos.
De esta manera la cabeza de la Susona estuvo a la vista de todos hacia más o menos, el año 1600, cuando las autoridades, por motivos de imagen, decidieron retirarla (reconozcamos que una cabeza podrida no parece buen reclamo comercial o turístico)
Hoy día, en el barrio de Santa Cruz se recuerda lo ocurrido de varias maneras: se ha dado el nombre de "Susona" a la calle donde se situaba su casa familiar (aún en pie) y precisamente en ésta, un cartel con un cráneo dibujado marca el lugar donde se exhibía el mismo, así como un azulejo que nos resume un poco la historia.
Y ésta es la triste historia de la pobre Susona, de la que se dice que aún se le escucha llorar por las calles de Santa Cruz, afligida por haber causado la desgracia de su familia y vecinos.
Cuando dicen que el amor hace que pierdas la cabeza es obligatorio pensar en la desdichada Susona, y en su caso, literalmente...
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