Pronunciar el nombre de Blas Infante no es pronunciar un
nombre cualquiera en nuestra comunidad autónoma.
Cuando lo hacemos nos referimos, nada más y nada menos,
que al considerado de forma unánime como el “padre de la patria andaluza”, la
persona que con su trabajo y con su sacrificio logró el reconocimiento y el
respeto de las características específicas de todos los andaluces que conforman
nuestra nacionalidad, aunque él no viviera lo suficiente como para verlo
plasmado en la comunidad autónoma que disfrutamos en nuestra región desde 1981.
Una prueba de lo imprescindible de su figura la tenemos
en la gran cantidad de calles, plazas, monumentos o edificios que llevan su
nombre, y sobre todo, y es lo que más nos afecta a nosotros, los docentes
andaluces, de centros educativos pertenecientes a todos los niveles.
Pero ¿quién fue Blas Infante?
Blas Infante nació en Casares, pequeño pueblo situado en
la sierra de Málaga, en un caluroso 5 de julio de 1885, hijo de Luis Miguel
Infante, de profesión secretario del juzgado de dicha localidad y de Ginesa
Pérez de Vargas, ama de casa; huelga decir que en la actualidad, todo el
municipio de Casares está repleto de referencias a la figura de Blas Infante,
destacando el azulejo que muestra a los visitantes su casa natal.
Tras cursar los estudios elementales en su mismo pueblo,
por las limitaciones de su localidad el pequeño Blas tuvo que realizar el resto
de su carrera académica fuera de Casares, destacando el Bachillerato que
estudió en las Escuelas Pías de Archidona, hasta los 14 años, completado con
otros dos años en el Instituto Aguilar y Eslava de Cabra, en la provincia de
Córdoba.
Sin embargo, el joven estudiante se encontró con
problemas derivados de la delicada situación económica de sus padres, afectados
por la crisis que conllevó en general el desastre de la Guerra de Cuba al país
entero, lo que llevó a tener que acabar por libre su último año de
Bachillerato.
A pesar de las duras circunstancias, logró culminar la carrera
de Derecho en la facultad de Granada gracias al dinero que conseguía trabajando
en el juzgado de Casares en el que estaba empleado su padre, aunque esto le
impedía asistir a las clases y sólo podía acudir a los exámenes en los meses de
verano.
Con muchos sacrificios, terminó la carrera en 1906, lo
que le permitió opositar para notario, consiguiendo la plaza en Cantillana
(Sevilla) desde 1910.
Su estancia en este pueblo sevillano será vital en su
formación política e ideológica; ya en su juventud había sido testigo de las
pésimas condiciones de vida y trabajo de los jornaleros de su Casares natal
pero sus viajes por la región mientras estudiaba y los lugares a los que se
desplazaba por motivos laborales le convenció de que se trataba de una situación
generalizada y de que era necesaria una respuesta política y social que al
menos suavizara las dificultades e injusticas que padecía el campo andaluz.
Citando al mismo Blas Infante:
“Yo tengo clavada en la conciencia desde la
infancia la sombría visión del jornalero; yo le he visto pasear su hambre por
las calles del pueblo”.
Es en estos años cuando se forja la figura de líder
nacionalista que Blas Infante es hoy, y también nos ayuda a entender las
razones por las que el nacionalismo andaluz nació con un gran componente de
reivindicación política pero sobre todo, social, a diferencia de otros
nacionalismos surgidos en la península unas décadas antes como el catalán o el
vasco.
El joven notario malagueño se marca como objetivo la
lucha por las mejores en las condiciones socioeconómicas andaluzas, producto
según él de siglos de dejadez desde las administraciones nacionales con la
región y que han provocado el atraso de la misma, potenciando el beneficio de
otras.
Para facilitar su tarea y aprovechando la cercanía de
Cantillana, Blas Infante se introduce poco a poco en el círculo intelectual de
la capital sevillana, cuyo centro neurálgico era el célebre Ateneo, donde se
reunían otros ilustres representantes del nacionalismo andaluz como él, y que
le familiarizan con la ideología republicana y federalista surgida años antes.
Infante queda así plenamente integrado en la corriente
regionalista que había aparecido en España tras el Desastre del 98 y que
clamaba por cambios urgentes para la modernización de España, y caracterizados
por ser muy críticos con la monarquía, cada vez más debilitada, de Alfonso
XIII.
Además, comienza en esta etapa su fructífera producción
literaria, que le convierten en la cabeza visible del movimiento andalucista;
en el año 1915 se publica “El ideal
andaluz”, quizá su obra más emblemática, en la que expone la dura situación del
campesinado en Andalucía, el papel jugado por los latifundistas en la creación
de esas dificultades y adelanta posibles soluciones para terminar con esos
abusos.
En 1918 se produce otro hecho clave en su vida; se
celebra la Asamblea de Ronda, una reunión de andalucistas que pretendía asentar
y desarrollar lo ya planificado en el anterior Congreso de Antequera de 1883 y
que había dado lugar a un proyecto de Constitución Federalista para Andalucía
aunque sin efecto práctico alguno.
En Ronda se ahondó en ese aspecto e incluso se fue más
allá con la aceptación a idea del propio Infante de adoptar como insignias
andaluzas una bandera y un himno. Como bandera, Infante eligió los colores
verde y blanco que se retrotraían a la época de Al-Ándalus, de la que cual era
un gran admirador, y como escudo, se adoptó el de Hércules con los dos leones,
tomados del propio escudo de la ciudad de Cádiz.
Su implicación política aumentó aún más a partir de las
elecciones de 1918, llegando a presentarse por el distrito electoral de Gaucín;
sin embargo, su carrera fue de escasa relevancia por culpa de la actuación de
los caciques, enfrentados a él por su defensa de los derechos de los jornaleros,
que usaron sus influencias para sabotear sus posibilidades electorales.
No desanimado por ello, continuó con su lucha, y en 1919
firmó, junto a otros compañeros, el Manifiesto andalucista de Córdoba, que
reconocía a Andalucía como una más de las nacionalidades históricas que
compondrían una futura república federal si este tipo de estado se instaurara
en España.
También a partir de ese año tuvieron lugar importantes
cambios a nivel personal en la vida de Infante, como su matrimonio con
Angustias García, del que nacieron cuatro hijos, y sus viajes, cada vez más
numerosos, a Marruecos, que fueron claves para entender su amor por la cultura
musulmana en general y por la andalusí en particular; diferentes testimonios
afirman que Blas Infante llegó incluso a convertirse al Islam aunque su propia
familia siempre desmintió esos rumores.
Años duros vinieron para el andalucismo con la
instauración en España de una dictadura militar, nacionalista y centralista
como la del general Miguel Primo de Rivera, que terminó con la clausura de
varios centros andalucistas, hecho denunciado por Blas Infante; todo el tiempo
que duró la dictadura, Infante no cejó en su empeño y mantuvo contactos con
otros regionalistas, como los galleguistas y dio conferencias por distintas
localidades con el fin de mantener viva la idea del andalucismo.
Se entiende por ello que el fin de la dictadura y la
caída de la monarquía alfonsina poco después, que trajo la República a España,
fueran recibidas con entusiasmo por todo el andalucismo, y en particular, por
Blas Infante, que creía llegada la hora de hacer realidad su gran sueño.
Se instaló en Coria del Río (Sevilla), donde obtuvo su
nueva plaza de notario, en una casa que llamó Dar al-Farh (“casa de la alegría”) construida y decorada al estilo
árabe.
Durante la Segunda República (1931-1936) siguió
participando en la vida política: presidió la Junta Liberalista de Andalucía,
se presentó en varias ocasiones por el Partido Republicano Federal aunque sin
lograr acta en el parlamento y siguió publicando libros sobre el andalucismo.
En 1933, tuvo lugar otro hito en el nacionalismo andaluz
cuando Infante adoptó un canto religioso, “Santo
Dios”, que escuchaba a los jornaleros cuando iban a trabajar, como himno de
Andalucía con la letra cambiada por él mismo; este himno junto a la bandera y
el escudo presentados en la Asamblea de Ronda de 1918, fueron elegidos como
oficiales para Andalucía cuando ésta logró su autonomía en 1981, por lo que aún
perduran.
Además, una brecha de esperanza se abría cuando la
República, dentro de su programa de descentralización del estado, concede la
autonomía a Cataluña y después al País Vasco y se compromete a estudiar el caso
de otras regiones, como Galicia, Valencia o Andalucía.
Sin embargo, todo se fue al traste con la insurrección
militar que comenzó la noche del 17 al 18 de julio de 1936, que supondrá el
inicio de una sangrienta guerra civil y el fin de la República tres años
después.
En los primeros días tras el levantamiento, cuando se
produjeron asesinatos por ambos bandos sin juicio previo, la tragedia se cernió
sobre Blas Infante, como ocurrió con tantos españoles más.
Un grupo de falangistas se presentaron en su casa de
Coria y le detuvieron; acusado de traidor, por defender el andalucismo, lo cual
no casaba con el centralismo de los sublevados, fue subido a un camión y
fusilado junto a otros desdichados como él en un punto de la carretera que une
Carmona con Sevilla.
Cuatro años más tarde la infamia se completa cuando su
asesinato queda justificado con la aplicación con carácter retroactivo de la
Ley de Responsabilidades Políticas (1940), porque según el jurado:
“formó parte de una
candidatura de tendencia revolucionaria en las elecciones de 1931 y en los años
sucesivos hasta 1936 se significó como propagandista de un partido andalucista
o regionalista andaluz”.
Sus asesinos habían matado al hombre pero la Andalucía libre, por España y por la
humanidad, que tanto defendió, había nacido ese día.
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