miércoles, 9 de septiembre de 2020

BLAS INFANTE: PADRE DE LA PATRIA ANDALUZA

 

                                                       

Pronunciar el nombre de Blas Infante no es pronunciar un nombre cualquiera en nuestra comunidad autónoma.

Cuando lo hacemos nos referimos, nada más y nada menos, que al considerado de forma unánime como el “padre de la patria andaluza”, la persona que con su trabajo y con su sacrificio logró el reconocimiento y el respeto de las características específicas de todos los andaluces que conforman nuestra nacionalidad, aunque él no viviera lo suficiente como para verlo plasmado en la comunidad autónoma que disfrutamos en nuestra región desde 1981.

Una prueba de lo imprescindible de su figura la tenemos en la gran cantidad de calles, plazas, monumentos o edificios que llevan su nombre, y sobre todo, y es lo que más nos afecta a nosotros, los docentes andaluces, de centros educativos pertenecientes a todos los niveles.

Pero ¿quién fue Blas Infante?

Blas Infante nació en Casares, pequeño pueblo situado en la sierra de Málaga, en un caluroso 5 de julio de 1885, hijo de Luis Miguel Infante, de profesión secretario del juzgado de dicha localidad y de Ginesa Pérez de Vargas, ama de casa; huelga decir que en la actualidad, todo el municipio de Casares está repleto de referencias a la figura de Blas Infante, destacando el azulejo que muestra a los visitantes su casa natal.




Tras cursar los estudios elementales en su mismo pueblo, por las limitaciones de su localidad el pequeño Blas tuvo que realizar el resto de su carrera académica fuera de Casares, destacando el Bachillerato que estudió en las Escuelas Pías de Archidona, hasta los 14 años, completado con otros dos años en el Instituto Aguilar y Eslava de Cabra, en la provincia de Córdoba.

Sin embargo, el joven estudiante se encontró con problemas derivados de la delicada situación económica de sus padres, afectados por la crisis que conllevó en general el desastre de la Guerra de Cuba al país entero, lo que llevó a tener que acabar por libre su último año de Bachillerato.

A pesar de las duras circunstancias, logró culminar la carrera de Derecho en la facultad de Granada gracias al dinero que conseguía trabajando en el juzgado de Casares en el que estaba empleado su padre, aunque esto le impedía asistir a las clases y sólo podía acudir a los exámenes en los meses de verano.

Con muchos sacrificios, terminó la carrera en 1906, lo que le permitió opositar para notario, consiguiendo la plaza en Cantillana (Sevilla) desde 1910. 

Su estancia en este pueblo sevillano será vital en su formación política e ideológica; ya en su juventud había sido testigo de las pésimas condiciones de vida y trabajo de los jornaleros de su Casares natal pero sus viajes por la región mientras estudiaba y los lugares a los que se desplazaba por motivos laborales le convenció de que se trataba de una situación generalizada y de que era necesaria una respuesta política y social que al menos suavizara las dificultades e injusticas que padecía el campo andaluz.

Citando al mismo Blas Infante:

 “Yo tengo clavada en la conciencia desde la infancia la sombría visión del jornalero; yo le he visto pasear su hambre por las calles del pueblo”.



Es en estos años cuando se forja la figura de líder nacionalista que Blas Infante es hoy, y también nos ayuda a entender las razones por las que el nacionalismo andaluz nació con un gran componente de reivindicación política pero sobre todo, social, a diferencia de otros nacionalismos surgidos en la península unas décadas antes como el catalán o el vasco.

El joven notario malagueño se marca como objetivo la lucha por las mejores en las condiciones socioeconómicas andaluzas, producto según él de siglos de dejadez desde las administraciones nacionales con la región y que han provocado el atraso de la misma, potenciando el beneficio de otras.

Para facilitar su tarea y aprovechando la cercanía de Cantillana, Blas Infante se introduce poco a poco en el círculo intelectual de la capital sevillana, cuyo centro neurálgico era el célebre Ateneo, donde se reunían otros ilustres representantes del nacionalismo andaluz como él, y que le familiarizan con la ideología republicana y federalista surgida años antes.



Infante queda así plenamente integrado en la corriente regionalista que había aparecido en España tras el Desastre del 98 y que clamaba por cambios urgentes para la modernización de España, y caracterizados por ser muy críticos con la monarquía, cada vez más debilitada, de Alfonso XIII.

Además, comienza en esta etapa su fructífera producción literaria, que le convierten en la cabeza visible del movimiento andalucista; en el año 1915 se publica  “El ideal andaluz”, quizá su obra más emblemática, en la que expone la dura situación del campesinado en Andalucía, el papel jugado por los latifundistas en la creación de esas dificultades y adelanta posibles soluciones para terminar con esos abusos.



En 1918 se produce otro hecho clave en su vida; se celebra la Asamblea de Ronda, una reunión de andalucistas que pretendía asentar y desarrollar lo ya planificado en el anterior Congreso de Antequera de 1883 y que había dado lugar a un proyecto de Constitución Federalista para Andalucía aunque sin efecto práctico alguno.

En Ronda se ahondó en ese aspecto e incluso se fue más allá con la aceptación a idea del propio Infante de adoptar como insignias andaluzas una bandera y un himno. Como bandera, Infante eligió los colores verde y blanco que se retrotraían a la época de Al-Ándalus, de la que cual era un gran admirador, y como escudo, se adoptó el de Hércules con los dos leones, tomados del propio escudo de la ciudad de Cádiz.



Su implicación política aumentó aún más a partir de las elecciones de 1918, llegando a presentarse por el distrito electoral de Gaucín; sin embargo, su carrera fue de escasa relevancia por culpa de la actuación de los caciques, enfrentados a él por su defensa de los derechos de los jornaleros, que usaron sus influencias para sabotear sus posibilidades electorales.

No desanimado por ello, continuó con su lucha, y en 1919 firmó, junto a otros compañeros, el Manifiesto andalucista de Córdoba, que reconocía a Andalucía como una más de las nacionalidades históricas que compondrían una futura república federal si este tipo de estado se instaurara en España.

También a partir de ese año tuvieron lugar importantes cambios a nivel personal en la vida de Infante, como su matrimonio con Angustias García, del que nacieron cuatro hijos, y sus viajes, cada vez más numerosos, a Marruecos, que fueron claves para entender su amor por la cultura musulmana en general y por la andalusí en particular; diferentes testimonios afirman que Blas Infante llegó incluso a convertirse al Islam aunque su propia familia siempre desmintió esos rumores.




Años duros vinieron para el andalucismo con la instauración en España de una dictadura militar, nacionalista y centralista como la del general Miguel Primo de Rivera, que terminó con la clausura de varios centros andalucistas, hecho denunciado por Blas Infante; todo el tiempo que duró la dictadura, Infante no cejó en su empeño y mantuvo contactos con otros regionalistas, como los galleguistas y dio conferencias por distintas localidades con el fin de mantener viva la idea del andalucismo.

Se entiende por ello que el fin de la dictadura y la caída de la monarquía alfonsina poco después, que trajo la República a España, fueran recibidas con entusiasmo por todo el andalucismo, y en particular, por Blas Infante, que creía llegada la hora de hacer realidad su gran sueño.

Se instaló en Coria del Río (Sevilla), donde obtuvo su nueva plaza de notario, en una casa que llamó Dar al-Farh (“casa de la alegría”) construida y decorada al estilo árabe.




Durante la Segunda República (1931-1936) siguió participando en la vida política: presidió la Junta Liberalista de Andalucía, se presentó en varias ocasiones por el Partido Republicano Federal aunque sin lograr acta en el parlamento y siguió publicando libros sobre el andalucismo.

En 1933, tuvo lugar otro hito en el nacionalismo andaluz cuando Infante adoptó un canto religioso, “Santo Dios”, que escuchaba a los jornaleros cuando iban a trabajar, como himno de Andalucía con la letra cambiada por él mismo; este himno junto a la bandera y el escudo presentados en la Asamblea de Ronda de 1918, fueron elegidos como oficiales para Andalucía cuando ésta logró su autonomía en 1981, por lo que aún perduran.

Además, una brecha de esperanza se abría cuando la República, dentro de su programa de descentralización del estado, concede la autonomía a Cataluña y después al País Vasco y se compromete a estudiar el caso de otras regiones, como Galicia, Valencia o Andalucía.

El sueño de Blas Infante parecía más cerca que nunca.

Sin embargo, todo se fue al traste con la insurrección militar que comenzó la noche del 17 al 18 de julio de 1936, que supondrá el inicio de una sangrienta guerra civil y el fin de la República tres años después.

En los primeros días tras el levantamiento, cuando se produjeron asesinatos por ambos bandos sin juicio previo, la tragedia se cernió sobre Blas Infante, como ocurrió con tantos españoles más.

Un grupo de falangistas se presentaron en su casa de Coria y le detuvieron; acusado de traidor, por defender el andalucismo, lo cual no casaba con el centralismo de los sublevados, fue subido a un camión y fusilado junto a otros desdichados como él en un punto de la carretera que une Carmona con Sevilla.

Cuatro años más tarde la infamia se completa cuando su asesinato queda justificado con la aplicación con carácter retroactivo de la Ley de Responsabilidades Políticas (1940), porque según el jurado:

formó parte de una candidatura de tendencia revolucionaria en las elecciones de 1931 y en los años sucesivos hasta 1936 se significó como propagandista de un partido andalucista o regionalista andaluz”.

Sus asesinos habían matado al hombre pero  la Andalucía libre, por España y por la humanidad, que tanto defendió, había nacido ese día.



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