Con todo lo que está sucediendo en este 2020,
pandemia mundial incluida, quizá haya pasado un poco desapercibida la
celebración de la efeméride de un hito en la historia universal que ya de por
sí, es un acontecimiento algo infravalorado desde siempre, que no es otro que
la consumación de la primera circunnavegación a nuestro planeta, lo que
comúnmente se conoce como la primera vuelta al mundo.
Quizá esta hazaña ha quedado algo a la sombra,
pues es evidente que frente a otras como grandes guerras mundiales, inventos y
descubrimientos increíbles o viajes espaciales, nosotros mismos tendemos a
reconocerle menos importancia de la que tuvo cuando las comparamos con estas
otras.
Pero que no se nos olvide: la aventura
protagonizada por Magallanes y completada por Elcano, junto a sus casi 240
héroes debe tener su merecido lugar en los anales de la historia.
Antes de comenzar a analizar el acontecimiento,
debemos ponernos en contexto; en 1518, aún estaba reciente el descubrimiento de
Cristóbal Colón de nuevas tierras nunca pisadas por el hombre europeo. Pero la
polémica estaba servida: mientras algunos pensaban (el propio descubridor
incluido) que se trataba de Asia y que Colón había dado la vuelta al mundo,
demostrando que éste era redondo y no plano, otros argumentaban que se trataba
de otro continente nuevo (como así era en realidad)
Además de esto, Colón tampoco había alcanzado las
tan deseadas islas de las especias, cuyo comercio monopolizaban los portugueses
desde que abrieron su ruta africana que les permitía llegar al sudeste de Asia,
y que los castellanos también ansiaban explotar económicamente.
La suma de varias razones, es decir, confirmar la
forma circular terráquea, lograr grandes beneficios comerciales, y sí, también
la esperanza de conseguir fama y renombre, llevaron al navegante portugués
Fernando de Magallanes a proyectar una expedición tan ambiciosa.
En primer lugar, y como es lógico, presentó su
idea a su rey, Manuel I el “Afortunado” pero éste ya satisfecho con la ruta
abierta en años anteriores, desechó el proyecto por arriesgado. Ante esta
situación, se repitió lo ocurrido con Colón: Magallanes decidió ofrecer su idea
al gran rival de Portugal, al rey de Castilla, esperanzado en que la necesidad
de éste por romper el monopolio luso en el comercio transoceánico, jugara en su
favor, como así fue.
Por ello, en marzo de 1518 se firman las
Capitulaciones de Valladolid entre el navegante portugués y Carlos I, rey de
Castilla y Aragón, en las que se determinan las condiciones de la expedición.
La flota la compondrían un total de 5 naves, las
naos Santiago, Victoria, Concepción, San Antonio y la capitana, la Trinidad, con Magallanes a bordo, que
llevarán a 239 hombres rumbo a lo desconocido, la mayoría castellanos, pero
también portugueses, italianos, aragoneses, griegos,… A destacar la presencia
de Antonio de Pigafetta, escritor italiano que hará de cronista del viaje y
gracias al cual conocemos tantos detalles del mismo.
La expedición zarpa el 20 de septiembre de 1519
desde Puerto de Santa María, buscando el mar a través del Guadalquivir.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiKdxRXOpxQLnCiTGMuevE31jDBeKLb2g7NUasUuzQC2-FG1DRvAb5Ij7KofjENHReV5ZOq8hrorEkHjulS4GlDLydxpejvkvKwGOZx_0KpopdN4wpXN30HMJgQyI_nT-ObgjV5aDWboe08/s320/cf.jpg)
Aunque ilusionados, Pigafetta también habla de
sospechas y recelo entre la tripulación, sobre todo, entre Magallanes y sus
oficiales portugueses y los capitanes españoles, que desconfían de la lealtad del almirante hacia Carlos
I.
La primera parte de la expedición sigue el guión
previsto sin grandes problemas: tras una escala en las Canarias para
aprovisionamiento, como era lo habitual, la flota atraviesa el Atlántico sin
graves percances, llegando incluso a tocar continente americano antes de lo
previsto.
Sin embargo, a partir de entonces, comienzan los
problemas; navegando hacia el sur, buscando el paso que permita llegar a las
islas de las especias en Asia, se comprueba que el continente es más extenso de
lo que se pensaba, gastando más tiempo del esperado y provocando las primeras
críticas de la tripulación al almirante, al que acusan de no conocer el rumbo
exacto y de improvisar, poniendo a todos en peligro.
Finalmente, se descubre un estrecho con suficiente
calado para permitir el paso de la
flota, ya casi en el extremo sur del continente aunque uno de los navíos, el San Antonio, amotinado por su capitán
Juan de Cartagena, decidió dar media vuelta y regresar a Sevilla. Era el
segundo barco que se perdía, pues en mayo, el Santiago había naufragado en el estuario del río Santa Cruz.
El cruce de este estrecho, llamado de Todos los
Santos entonces, pero conocido hoy como de Magallanes, tuvo lugar el 28 de
noviembre de 1520; como anécdota, mientras se producía el paso, algunos
marineros contemplaron desde la borda cientos de hogueras en las orillas
alimentadas por los indígenas, por lo que se decidió nombrar a esos territorios
como “Tierra del fuego”, tal y como se sigue haciendo hoy día.
Este hito hizo posible que la flota alcanzara por
fin el océano Pacífico aunque la calma estaba lejos de llegar. Al poco de cruzar el estrecho, parte de la
tripulación decidió amotinarse, matar al almirante y regresar a casa, liderados
por los capitanes Gaspar de Quesada, Luis de Mendoza y Juan Sebastián Elcano.
La rebelión fue sofocada por Magallanes con mano
dura, llegando a ejecutar a varios de los amotinados aunque muchos fueron
perdonados (el mismo Elcano) en vista de que serían necesarias todas las manos
posibles para volver a España.
Poco tiempo después, Magallanes y sus hombres se
convierten en los primeros europeos en avistar las islas Filipinas; allí, el
almirante decide fondear y desembarcar para aprovisionar los barcos y contactar
con los indígenas para conseguir productos exóticos.
Sin embargo, un poco prevenido Magallanes cae en
una emboscada y junto a varios de sus hombres, fue muerto en la isla de Mactán
el 27 de abril de 1521, mientras el resto de la flota decide huir rápidamente.
Con la expedición descabezada, se decide que el
nuevo jefe sea la mano derecha de Magallanes, el también portugués Duarte
Barbosa, aunque falleció poco después en batalla contra los indígenas en otra
isla.
En vista de que la tripulación era cada vez menos
numerosa, el nuevo jefe Juan López de Carvalho, decidió abandonar la Concepción.
A partir de aquí, da comienzo la parte más penosa
del viaje; los distintos jefes elegidos se van sucediendo al ir muriendo uno
tras otro, hasta que Elcano queda como el definitivo, las provisiones van
escaseando y no pueden reponerse ante el temor a desembarcar y ser atacado por
los indígenas y temibles enfermedades, como el escorbuto, empiezan a hacer
mella entre los tripulantes.
Para colmo, lo que queda de flota llega a las islas
Molucas, territorio que ya se incluía en el circuito comercial portugués, por
lo que de ser descubiertos por barcos de esta nacionalidad, serían inmediatamente
detenidos y ejecutados. Precisamente así se pierde la Trinidad, abordada y hundida por los portugueses.
Por ello, les resulta imposible hacerse con
alimentos y deben recurrir a alimentarse de todo aquello que tienen: caballos,
perros, ratas e incluso el cuero de sus cinturones reblandecidos en agua. Con
esas condiciones la mortalidad se eleva y la mayoría de la tripulación fallece
en penosas condiciones.
Milagrosamente, la única nave que queda, la Victoria, rodea todo el continente
africano, burlando hábilmente los barcos portugueses que vigilan esa ruta, tan
preciada para ellos aunque la falta de alimentos sigue provocando numerosos
fallecimientos.
Por fin, el 6 de septiembre de 1522, los escasos
18 supervivientes llegan al puerto de Sanlúcar de Barrameda; desde allí, son
remolcados hasta Sevilla, donde ponen pie dos días después.
La noticia se extiende entre la población sevillana y todos se agolpan en el puerto para ser testigos del desembarco de unos hombres que ya apenas recordaban. Éste no se produce ese mismo día, sino al siguiente; todos quedan mudos ante la dantesca imagen de los 18 supervivientes, con más aspecto de muertos que de vivos y un respetuoso silencio se propaga por todo el muelle.
Descalzos y casi desnudos, con cirios en la mano,
procesionan penosamente hasta la catedral de la ciudad a darle gracias a la
Virgen de la Antigua ante la cual se habían encomendado antes de partir casi 3
años antes.
Más de mil días después, de más de catorce mil
leguas navegadas, de cuatro naves perdidas y de más de doscientas vidas
sacrificadas, la primera vuelta al mundo se había completado, y se había
demostrado que la Tierra era redonda y no plana como aún defendían muchos.
Poca hazañas como ésta había visto hasta entonces
la humanidad y pocas más se verán.
La lista completa de los héroes, facilitada por
Antonio de Pigafetta:
-
Juan Sebastián Elcano, de Vitoria (piloto)
-
Francisco Albio (piloto
griego)
-
Miguel de Rodas (piloto griego)
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Juan de Acurio, de Bermeo (piloto)
-
Antonio de Pigafetta (cronista italiano)
-
Martín de Yudícibus (marinero italiano)
-
Hernando de Bustamante, de Mérida (marinero y barbero)
-
Nicolás de Nauplia (marinero griego)
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Miguel Sánchez de Rodas (marinero griego)
-
Antonio Hernández, de Ayamonte (cocinero)
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Francisco Rodríguez, de Sevilla (marinero)
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Juan Rodríguez, de Huelva (marinero)
-
Diego Carmena, de Bayona (marinero)
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Hans (artillero alemán)
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Juan de Arriata, de Bilbao (grumete)
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Vasco Gómez Gallego, de Bayona (grumete)
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Juan de Santander, de Cueto (grumete)
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Juan de Zubileta, de Baraclado (paje)
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