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Este blog se inaugura con la intención de hablar básicamente de Historia pero no únicamente desde un punto de vista pedagógico o investigador; se trata de aprender mientras te entretienes o viceversa, por lo que puede resultar útil para mis alumnos de la etapa de secundaria o bachillerato, para cualquier amante de esta disciplina científica o simplemente para aquéllos con ganas de conocer algo que no sabían.
lunes, 21 de septiembre de 2020
viernes, 11 de septiembre de 2020
LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO
Con todo lo que está sucediendo en este 2020,
pandemia mundial incluida, quizá haya pasado un poco desapercibida la
celebración de la efeméride de un hito en la historia universal que ya de por
sí, es un acontecimiento algo infravalorado desde siempre, que no es otro que
la consumación de la primera circunnavegación a nuestro planeta, lo que
comúnmente se conoce como la primera vuelta al mundo.
Quizá esta hazaña ha quedado algo a la sombra,
pues es evidente que frente a otras como grandes guerras mundiales, inventos y
descubrimientos increíbles o viajes espaciales, nosotros mismos tendemos a
reconocerle menos importancia de la que tuvo cuando las comparamos con estas
otras.
Pero que no se nos olvide: la aventura
protagonizada por Magallanes y completada por Elcano, junto a sus casi 240
héroes debe tener su merecido lugar en los anales de la historia.
Antes de comenzar a analizar el acontecimiento,
debemos ponernos en contexto; en 1518, aún estaba reciente el descubrimiento de
Cristóbal Colón de nuevas tierras nunca pisadas por el hombre europeo. Pero la
polémica estaba servida: mientras algunos pensaban (el propio descubridor
incluido) que se trataba de Asia y que Colón había dado la vuelta al mundo,
demostrando que éste era redondo y no plano, otros argumentaban que se trataba
de otro continente nuevo (como así era en realidad)
Además de esto, Colón tampoco había alcanzado las
tan deseadas islas de las especias, cuyo comercio monopolizaban los portugueses
desde que abrieron su ruta africana que les permitía llegar al sudeste de Asia,
y que los castellanos también ansiaban explotar económicamente.
La suma de varias razones, es decir, confirmar la
forma circular terráquea, lograr grandes beneficios comerciales, y sí, también
la esperanza de conseguir fama y renombre, llevaron al navegante portugués
Fernando de Magallanes a proyectar una expedición tan ambiciosa.
En primer lugar, y como es lógico, presentó su
idea a su rey, Manuel I el “Afortunado” pero éste ya satisfecho con la ruta
abierta en años anteriores, desechó el proyecto por arriesgado. Ante esta
situación, se repitió lo ocurrido con Colón: Magallanes decidió ofrecer su idea
al gran rival de Portugal, al rey de Castilla, esperanzado en que la necesidad
de éste por romper el monopolio luso en el comercio transoceánico, jugara en su
favor, como así fue.
Por ello, en marzo de 1518 se firman las
Capitulaciones de Valladolid entre el navegante portugués y Carlos I, rey de
Castilla y Aragón, en las que se determinan las condiciones de la expedición.
La flota la compondrían un total de 5 naves, las
naos Santiago, Victoria, Concepción, San Antonio y la capitana, la Trinidad, con Magallanes a bordo, que
llevarán a 239 hombres rumbo a lo desconocido, la mayoría castellanos, pero
también portugueses, italianos, aragoneses, griegos,… A destacar la presencia
de Antonio de Pigafetta, escritor italiano que hará de cronista del viaje y
gracias al cual conocemos tantos detalles del mismo.
La expedición zarpa el 20 de septiembre de 1519
desde Puerto de Santa María, buscando el mar a través del Guadalquivir.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiKdxRXOpxQLnCiTGMuevE31jDBeKLb2g7NUasUuzQC2-FG1DRvAb5Ij7KofjENHReV5ZOq8hrorEkHjulS4GlDLydxpejvkvKwGOZx_0KpopdN4wpXN30HMJgQyI_nT-ObgjV5aDWboe08/s320/cf.jpg)
Aunque ilusionados, Pigafetta también habla de
sospechas y recelo entre la tripulación, sobre todo, entre Magallanes y sus
oficiales portugueses y los capitanes españoles, que desconfían de la lealtad del almirante hacia Carlos
I.
La primera parte de la expedición sigue el guión
previsto sin grandes problemas: tras una escala en las Canarias para
aprovisionamiento, como era lo habitual, la flota atraviesa el Atlántico sin
graves percances, llegando incluso a tocar continente americano antes de lo
previsto.
Sin embargo, a partir de entonces, comienzan los
problemas; navegando hacia el sur, buscando el paso que permita llegar a las
islas de las especias en Asia, se comprueba que el continente es más extenso de
lo que se pensaba, gastando más tiempo del esperado y provocando las primeras
críticas de la tripulación al almirante, al que acusan de no conocer el rumbo
exacto y de improvisar, poniendo a todos en peligro.
Finalmente, se descubre un estrecho con suficiente
calado para permitir el paso de la
flota, ya casi en el extremo sur del continente aunque uno de los navíos, el San Antonio, amotinado por su capitán
Juan de Cartagena, decidió dar media vuelta y regresar a Sevilla. Era el
segundo barco que se perdía, pues en mayo, el Santiago había naufragado en el estuario del río Santa Cruz.
El cruce de este estrecho, llamado de Todos los
Santos entonces, pero conocido hoy como de Magallanes, tuvo lugar el 28 de
noviembre de 1520; como anécdota, mientras se producía el paso, algunos
marineros contemplaron desde la borda cientos de hogueras en las orillas
alimentadas por los indígenas, por lo que se decidió nombrar a esos territorios
como “Tierra del fuego”, tal y como se sigue haciendo hoy día.
Este hito hizo posible que la flota alcanzara por
fin el océano Pacífico aunque la calma estaba lejos de llegar. Al poco de cruzar el estrecho, parte de la
tripulación decidió amotinarse, matar al almirante y regresar a casa, liderados
por los capitanes Gaspar de Quesada, Luis de Mendoza y Juan Sebastián Elcano.
La rebelión fue sofocada por Magallanes con mano
dura, llegando a ejecutar a varios de los amotinados aunque muchos fueron
perdonados (el mismo Elcano) en vista de que serían necesarias todas las manos
posibles para volver a España.
Poco tiempo después, Magallanes y sus hombres se
convierten en los primeros europeos en avistar las islas Filipinas; allí, el
almirante decide fondear y desembarcar para aprovisionar los barcos y contactar
con los indígenas para conseguir productos exóticos.
Sin embargo, un poco prevenido Magallanes cae en
una emboscada y junto a varios de sus hombres, fue muerto en la isla de Mactán
el 27 de abril de 1521, mientras el resto de la flota decide huir rápidamente.
Con la expedición descabezada, se decide que el
nuevo jefe sea la mano derecha de Magallanes, el también portugués Duarte
Barbosa, aunque falleció poco después en batalla contra los indígenas en otra
isla.
En vista de que la tripulación era cada vez menos
numerosa, el nuevo jefe Juan López de Carvalho, decidió abandonar la Concepción.
A partir de aquí, da comienzo la parte más penosa
del viaje; los distintos jefes elegidos se van sucediendo al ir muriendo uno
tras otro, hasta que Elcano queda como el definitivo, las provisiones van
escaseando y no pueden reponerse ante el temor a desembarcar y ser atacado por
los indígenas y temibles enfermedades, como el escorbuto, empiezan a hacer
mella entre los tripulantes.
Para colmo, lo que queda de flota llega a las islas
Molucas, territorio que ya se incluía en el circuito comercial portugués, por
lo que de ser descubiertos por barcos de esta nacionalidad, serían inmediatamente
detenidos y ejecutados. Precisamente así se pierde la Trinidad, abordada y hundida por los portugueses.
Por ello, les resulta imposible hacerse con
alimentos y deben recurrir a alimentarse de todo aquello que tienen: caballos,
perros, ratas e incluso el cuero de sus cinturones reblandecidos en agua. Con
esas condiciones la mortalidad se eleva y la mayoría de la tripulación fallece
en penosas condiciones.
Milagrosamente, la única nave que queda, la Victoria, rodea todo el continente
africano, burlando hábilmente los barcos portugueses que vigilan esa ruta, tan
preciada para ellos aunque la falta de alimentos sigue provocando numerosos
fallecimientos.
Por fin, el 6 de septiembre de 1522, los escasos
18 supervivientes llegan al puerto de Sanlúcar de Barrameda; desde allí, son
remolcados hasta Sevilla, donde ponen pie dos días después.
La noticia se extiende entre la población sevillana y todos se agolpan en el puerto para ser testigos del desembarco de unos hombres que ya apenas recordaban. Éste no se produce ese mismo día, sino al siguiente; todos quedan mudos ante la dantesca imagen de los 18 supervivientes, con más aspecto de muertos que de vivos y un respetuoso silencio se propaga por todo el muelle.
Descalzos y casi desnudos, con cirios en la mano,
procesionan penosamente hasta la catedral de la ciudad a darle gracias a la
Virgen de la Antigua ante la cual se habían encomendado antes de partir casi 3
años antes.
Más de mil días después, de más de catorce mil
leguas navegadas, de cuatro naves perdidas y de más de doscientas vidas
sacrificadas, la primera vuelta al mundo se había completado, y se había
demostrado que la Tierra era redonda y no plana como aún defendían muchos.
Poca hazañas como ésta había visto hasta entonces
la humanidad y pocas más se verán.
La lista completa de los héroes, facilitada por
Antonio de Pigafetta:
-
Juan Sebastián Elcano, de Vitoria (piloto)
-
Francisco Albio (piloto
griego)
-
Miguel de Rodas (piloto griego)
-
Juan de Acurio, de Bermeo (piloto)
-
Antonio de Pigafetta (cronista italiano)
-
Martín de Yudícibus (marinero italiano)
-
Hernando de Bustamante, de Mérida (marinero y barbero)
-
Nicolás de Nauplia (marinero griego)
-
Miguel Sánchez de Rodas (marinero griego)
-
Antonio Hernández, de Ayamonte (cocinero)
-
Francisco Rodríguez, de Sevilla (marinero)
-
Juan Rodríguez, de Huelva (marinero)
-
Diego Carmena, de Bayona (marinero)
-
Hans (artillero alemán)
-
Juan de Arriata, de Bilbao (grumete)
-
Vasco Gómez Gallego, de Bayona (grumete)
-
Juan de Santander, de Cueto (grumete)
-
Juan de Zubileta, de Baraclado (paje)
jueves, 10 de septiembre de 2020
LA MAGIA BARROCA DEL HOSPITAL DE LA CARIDAD
Podemos
sentirnos muy afortunados de vivir en el país en el que vivimos así como de
nuestra comunidad autónoma y no me refiero sólo a como ciudadanos sino sobre
todo, como docentes, pues entre cosas, tenemos a nuestra disposición y muy
cerca de nosotros un patrimonio histórico, artístico y cultural como el que
pocos pueden disfrutar.
Y esa
sensación se acrecienta aún más cuando somos conscientes de ese patrimonio del
que hemos hablado pero extrapolado únicamente al ámbito sevillano, tanto de su
metrópoli como de la provincia.
Sí, y
es que todo aquel docente que desarrolla su actividad profesional en dicho
marco espacial tiene gran parte de su trabajo hecho simplemente con esta
circunstancia.
¿Alguien
puede negar el gran valor que tiene para nuestro alumnado poder desarrollar una
actividad fuera del aula en estos marcos incomparables?
Por
muchos recursos que utilicemos en el aula, y menos cuando nos movemos en el
ámbito histórico-artístico, nada puede compararse a disfrutar de ese patrimonio
con sus propios ojos, sentirlo de cerca, aspirar prácticamente el olor a
historia a corta distancia...herramienta metodológica tradicional pero no por
ello anticuada u obsoleta.
Y esa función didáctica para nuestros alumnos la cumple a la perfección la Iglesia Hospital de la Caridad.
Este
emblemático edificio sevillano se localiza en el barrio del Arenal, justo entre
el río Guadalquivir y la Catedral. Es un claro ejemplo de arte barroco
hispalense del siglo XVII, comenzada a construir sobre el año 1644,
sustituyendo a la antigua capilla de San Jorge, y dándose por terminada hacia
1670. Ya en la década de 1720 se completó la obra con la construcción de los
patios del edifico del hospital y de la torre de la iglesia, autoría del
arquitecto Leonardo de Figueroa, que también estuvo a cargo de los trabajos
anteriores.
A
destacar de todo el complejo la fachada, muy característica obviamente del
barroco andaluz, estructurada en tres cuerpos de altura, cuyos dos tramos
superiores se decoraron con azulejos que representan a los santos Jorge y
Santiago, así como a las llamadas Virtudes Teologales, la Fe, la Esperanza y la
Caridad, algo muy típico de la época de la Contrarreforma. En la parte
inferior, se puede apreciar dos esculturas muy curiosas de dos reyes santos muy
vinculados a Sevilla como son San Fernando y su primo San Luis de Francia.
También
muy importante es el patrimonio artístico que cobija el edificio en su interior,
destacando obras de artistas de la época de primerísima fila como Murillo,
Valdés Leal o Pedro Roldán, lo que convierte al mismo en prácticamente un museo
de renombre especializado en el Barroco. A destacar la serie del maravilloso
Valdés Leal dedicada a la muerte y a lo efímero de la vida, como recoge su
“Finis gloriae mundi e In Ictu Ocule” que aún impresionan pese a los siglos
transcurridos desde su creación.
Pero
no podemos olvidar el papel desempeñado por el Hospital a nivel social para con
la ciudad y sus habitantes.
La
razón es que no se puede desligar la historia del edificio de la hermanad a la
que acoge, pese a que ésta es bastante anterior a la construcción del mismo.
La
Hermandad de la Caridad, fundada en el siglo XV, se dedicaba principalmente a
atender a aquéllos de los que normalmente nadie se preocupaba, algo novedoso
por entonces, los difuntos. En una gran ciudad como era la Sevilla de aquellos
tiempos, era muy elevado el número de pobres y personas sin nada, que en los
años de inundaciones del Guadalquivir o de epidemias de peste, quedaban sin
enterrar; la Hermandad se encargaba de forma desinteresada y voluntaria de
realizar esa incómoda tarea, rescatando numerosos cadáveres del río.
Pero
todo cambia con la llegada a la Hermandad, en la segunda mitad del siglo XVII,
de don Miguel de Mañara, que apenas un año después de entrar en la misma, se
convirtió en su Hermano Mayor.
Este
destacado miembro de la sociedad sevillana, rico y poderoso, con tierras e
importantes cargos políticos, tras una serie de trágicas vicisitudes familiares
(quedó viudo y perdió varios hermanos en muy poco tiempo, mayormente por los
estragos de la peste) dio un vuelco a su vida y decidió entregarse en cuerpo y
alma a sus “nuevos hermanos”.
Rediseñó
por completo a la Hermandad, ampliando sus obligaciones (ayudar no sólo a los
difuntos, también a todos aquellos que necesitaran algo), otorgándole unas
nuevas reglas a seguir y sobre todo, dotarle de un edificio y de todo un
programa iconográfico a la altura de las ambiciosas tareas de la misma y que ya
han sido debidamente reseñados. Mañara
consiguió así dar forma a uno de los edificios más importantes del Barroco
andaluz y español, empleando la mayor parte de su fortuna personal para
lograrlo. No se escatimó en el esfuerzo y se contrataron grandes artistas para
decorar el templo como hemos visto.
Poder
disfrutar de todo eso, vivir esa
experiencia única en el marco de nueva actividad fuera del aula, es algo
verdaderamente enriquecedor que nuestro alumnado merece y debería aprovechar.
Sí,
decididamente, ser docente y estar rodeado de semejantes “recursos”, es para
sentirse afortunado.
miércoles, 9 de septiembre de 2020
BLAS INFANTE: PADRE DE LA PATRIA ANDALUZA
Pronunciar el nombre de Blas Infante no es pronunciar un
nombre cualquiera en nuestra comunidad autónoma.
Cuando lo hacemos nos referimos, nada más y nada menos,
que al considerado de forma unánime como el “padre de la patria andaluza”, la
persona que con su trabajo y con su sacrificio logró el reconocimiento y el
respeto de las características específicas de todos los andaluces que conforman
nuestra nacionalidad, aunque él no viviera lo suficiente como para verlo
plasmado en la comunidad autónoma que disfrutamos en nuestra región desde 1981.
Una prueba de lo imprescindible de su figura la tenemos
en la gran cantidad de calles, plazas, monumentos o edificios que llevan su
nombre, y sobre todo, y es lo que más nos afecta a nosotros, los docentes
andaluces, de centros educativos pertenecientes a todos los niveles.
Pero ¿quién fue Blas Infante?
Blas Infante nació en Casares, pequeño pueblo situado en
la sierra de Málaga, en un caluroso 5 de julio de 1885, hijo de Luis Miguel
Infante, de profesión secretario del juzgado de dicha localidad y de Ginesa
Pérez de Vargas, ama de casa; huelga decir que en la actualidad, todo el
municipio de Casares está repleto de referencias a la figura de Blas Infante,
destacando el azulejo que muestra a los visitantes su casa natal.
Tras cursar los estudios elementales en su mismo pueblo,
por las limitaciones de su localidad el pequeño Blas tuvo que realizar el resto
de su carrera académica fuera de Casares, destacando el Bachillerato que
estudió en las Escuelas Pías de Archidona, hasta los 14 años, completado con
otros dos años en el Instituto Aguilar y Eslava de Cabra, en la provincia de
Córdoba.
Sin embargo, el joven estudiante se encontró con
problemas derivados de la delicada situación económica de sus padres, afectados
por la crisis que conllevó en general el desastre de la Guerra de Cuba al país
entero, lo que llevó a tener que acabar por libre su último año de
Bachillerato.
A pesar de las duras circunstancias, logró culminar la carrera
de Derecho en la facultad de Granada gracias al dinero que conseguía trabajando
en el juzgado de Casares en el que estaba empleado su padre, aunque esto le
impedía asistir a las clases y sólo podía acudir a los exámenes en los meses de
verano.
Con muchos sacrificios, terminó la carrera en 1906, lo
que le permitió opositar para notario, consiguiendo la plaza en Cantillana
(Sevilla) desde 1910.
Su estancia en este pueblo sevillano será vital en su
formación política e ideológica; ya en su juventud había sido testigo de las
pésimas condiciones de vida y trabajo de los jornaleros de su Casares natal
pero sus viajes por la región mientras estudiaba y los lugares a los que se
desplazaba por motivos laborales le convenció de que se trataba de una situación
generalizada y de que era necesaria una respuesta política y social que al
menos suavizara las dificultades e injusticas que padecía el campo andaluz.
Citando al mismo Blas Infante:
“Yo tengo clavada en la conciencia desde la
infancia la sombría visión del jornalero; yo le he visto pasear su hambre por
las calles del pueblo”.
Es en estos años cuando se forja la figura de líder
nacionalista que Blas Infante es hoy, y también nos ayuda a entender las
razones por las que el nacionalismo andaluz nació con un gran componente de
reivindicación política pero sobre todo, social, a diferencia de otros
nacionalismos surgidos en la península unas décadas antes como el catalán o el
vasco.
El joven notario malagueño se marca como objetivo la
lucha por las mejores en las condiciones socioeconómicas andaluzas, producto
según él de siglos de dejadez desde las administraciones nacionales con la
región y que han provocado el atraso de la misma, potenciando el beneficio de
otras.
Para facilitar su tarea y aprovechando la cercanía de
Cantillana, Blas Infante se introduce poco a poco en el círculo intelectual de
la capital sevillana, cuyo centro neurálgico era el célebre Ateneo, donde se
reunían otros ilustres representantes del nacionalismo andaluz como él, y que
le familiarizan con la ideología republicana y federalista surgida años antes.
Infante queda así plenamente integrado en la corriente
regionalista que había aparecido en España tras el Desastre del 98 y que
clamaba por cambios urgentes para la modernización de España, y caracterizados
por ser muy críticos con la monarquía, cada vez más debilitada, de Alfonso
XIII.
Además, comienza en esta etapa su fructífera producción
literaria, que le convierten en la cabeza visible del movimiento andalucista;
en el año 1915 se publica “El ideal
andaluz”, quizá su obra más emblemática, en la que expone la dura situación del
campesinado en Andalucía, el papel jugado por los latifundistas en la creación
de esas dificultades y adelanta posibles soluciones para terminar con esos
abusos.
En 1918 se produce otro hecho clave en su vida; se
celebra la Asamblea de Ronda, una reunión de andalucistas que pretendía asentar
y desarrollar lo ya planificado en el anterior Congreso de Antequera de 1883 y
que había dado lugar a un proyecto de Constitución Federalista para Andalucía
aunque sin efecto práctico alguno.
En Ronda se ahondó en ese aspecto e incluso se fue más
allá con la aceptación a idea del propio Infante de adoptar como insignias
andaluzas una bandera y un himno. Como bandera, Infante eligió los colores
verde y blanco que se retrotraían a la época de Al-Ándalus, de la que cual era
un gran admirador, y como escudo, se adoptó el de Hércules con los dos leones,
tomados del propio escudo de la ciudad de Cádiz.
Su implicación política aumentó aún más a partir de las
elecciones de 1918, llegando a presentarse por el distrito electoral de Gaucín;
sin embargo, su carrera fue de escasa relevancia por culpa de la actuación de
los caciques, enfrentados a él por su defensa de los derechos de los jornaleros,
que usaron sus influencias para sabotear sus posibilidades electorales.
No desanimado por ello, continuó con su lucha, y en 1919
firmó, junto a otros compañeros, el Manifiesto andalucista de Córdoba, que
reconocía a Andalucía como una más de las nacionalidades históricas que
compondrían una futura república federal si este tipo de estado se instaurara
en España.
También a partir de ese año tuvieron lugar importantes
cambios a nivel personal en la vida de Infante, como su matrimonio con
Angustias García, del que nacieron cuatro hijos, y sus viajes, cada vez más
numerosos, a Marruecos, que fueron claves para entender su amor por la cultura
musulmana en general y por la andalusí en particular; diferentes testimonios
afirman que Blas Infante llegó incluso a convertirse al Islam aunque su propia
familia siempre desmintió esos rumores.
Años duros vinieron para el andalucismo con la
instauración en España de una dictadura militar, nacionalista y centralista
como la del general Miguel Primo de Rivera, que terminó con la clausura de
varios centros andalucistas, hecho denunciado por Blas Infante; todo el tiempo
que duró la dictadura, Infante no cejó en su empeño y mantuvo contactos con
otros regionalistas, como los galleguistas y dio conferencias por distintas
localidades con el fin de mantener viva la idea del andalucismo.
Se entiende por ello que el fin de la dictadura y la
caída de la monarquía alfonsina poco después, que trajo la República a España,
fueran recibidas con entusiasmo por todo el andalucismo, y en particular, por
Blas Infante, que creía llegada la hora de hacer realidad su gran sueño.
Se instaló en Coria del Río (Sevilla), donde obtuvo su
nueva plaza de notario, en una casa que llamó Dar al-Farh (“casa de la alegría”) construida y decorada al estilo
árabe.
Durante la Segunda República (1931-1936) siguió
participando en la vida política: presidió la Junta Liberalista de Andalucía,
se presentó en varias ocasiones por el Partido Republicano Federal aunque sin
lograr acta en el parlamento y siguió publicando libros sobre el andalucismo.
En 1933, tuvo lugar otro hito en el nacionalismo andaluz
cuando Infante adoptó un canto religioso, “Santo
Dios”, que escuchaba a los jornaleros cuando iban a trabajar, como himno de
Andalucía con la letra cambiada por él mismo; este himno junto a la bandera y
el escudo presentados en la Asamblea de Ronda de 1918, fueron elegidos como
oficiales para Andalucía cuando ésta logró su autonomía en 1981, por lo que aún
perduran.
Además, una brecha de esperanza se abría cuando la
República, dentro de su programa de descentralización del estado, concede la
autonomía a Cataluña y después al País Vasco y se compromete a estudiar el caso
de otras regiones, como Galicia, Valencia o Andalucía.
Sin embargo, todo se fue al traste con la insurrección
militar que comenzó la noche del 17 al 18 de julio de 1936, que supondrá el
inicio de una sangrienta guerra civil y el fin de la República tres años
después.
En los primeros días tras el levantamiento, cuando se
produjeron asesinatos por ambos bandos sin juicio previo, la tragedia se cernió
sobre Blas Infante, como ocurrió con tantos españoles más.
Un grupo de falangistas se presentaron en su casa de
Coria y le detuvieron; acusado de traidor, por defender el andalucismo, lo cual
no casaba con el centralismo de los sublevados, fue subido a un camión y
fusilado junto a otros desdichados como él en un punto de la carretera que une
Carmona con Sevilla.
Cuatro años más tarde la infamia se completa cuando su
asesinato queda justificado con la aplicación con carácter retroactivo de la
Ley de Responsabilidades Políticas (1940), porque según el jurado:
“formó parte de una
candidatura de tendencia revolucionaria en las elecciones de 1931 y en los años
sucesivos hasta 1936 se significó como propagandista de un partido andalucista
o regionalista andaluz”.
Sus asesinos habían matado al hombre pero la Andalucía libre, por España y por la
humanidad, que tanto defendió, había nacido ese día.
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