viernes, 11 de septiembre de 2020

LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO

 


Con todo lo que está sucediendo en este 2020, pandemia mundial incluida, quizá haya pasado un poco desapercibida la celebración de la efeméride de un hito en la historia universal que ya de por sí, es un acontecimiento algo infravalorado desde siempre, que no es otro que la consumación de la primera circunnavegación a nuestro planeta, lo que comúnmente se conoce como la primera vuelta al mundo.

Quizá esta hazaña ha quedado algo a la sombra, pues es evidente que frente a otras como grandes guerras mundiales, inventos y descubrimientos increíbles o viajes espaciales, nosotros mismos tendemos a reconocerle menos importancia de la que tuvo cuando las comparamos con estas otras.

Pero que no se nos olvide: la aventura protagonizada por Magallanes y completada por Elcano, junto a sus casi 240 héroes debe tener su merecido lugar en los anales de la historia.

Antes de comenzar a analizar el acontecimiento, debemos ponernos en contexto; en 1518, aún estaba reciente el descubrimiento de Cristóbal Colón de nuevas tierras nunca pisadas por el hombre europeo. Pero la polémica estaba servida: mientras algunos pensaban (el propio descubridor incluido) que se trataba de Asia y que Colón había dado la vuelta al mundo, demostrando que éste era redondo y no plano, otros argumentaban que se trataba de otro continente nuevo (como así era en realidad)


Además de esto, Colón tampoco había alcanzado las tan deseadas islas de las especias, cuyo comercio monopolizaban los portugueses desde que abrieron su ruta africana que les permitía llegar al sudeste de Asia, y que los castellanos también ansiaban explotar económicamente.

La suma de varias razones, es decir, confirmar la forma circular terráquea, lograr grandes beneficios comerciales, y sí, también la esperanza de conseguir fama y renombre, llevaron al navegante portugués Fernando de Magallanes a proyectar una expedición tan ambiciosa.

En primer lugar, y como es lógico, presentó su idea a su rey, Manuel I el “Afortunado” pero éste ya satisfecho con la ruta abierta en años anteriores, desechó el proyecto por arriesgado. Ante esta situación, se repitió lo ocurrido con Colón: Magallanes decidió ofrecer su idea al gran rival de Portugal, al rey de Castilla, esperanzado en que la necesidad de éste por romper el monopolio luso en el comercio transoceánico, jugara en su favor, como así fue.

Por ello, en marzo de 1518 se firman las Capitulaciones de Valladolid entre el navegante portugués y Carlos I, rey de Castilla y Aragón, en las que se determinan las condiciones de la expedición.





La flota la compondrían un total de 5 naves, las naos Santiago, Victoria, Concepción, San Antonio y la capitana, la Trinidad, con Magallanes a bordo, que llevarán a 239 hombres rumbo a lo desconocido, la mayoría castellanos, pero también portugueses, italianos, aragoneses, griegos,… A destacar la presencia de Antonio de Pigafetta, escritor italiano que hará de cronista del viaje y gracias al cual conocemos tantos detalles del mismo.

La expedición zarpa el 20 de septiembre de 1519 desde Puerto de Santa María, buscando el mar a través del Guadalquivir.


                                           


Aunque ilusionados, Pigafetta también habla de sospechas y recelo entre la tripulación, sobre todo, entre Magallanes y sus oficiales portugueses y los capitanes españoles, que  desconfían de la lealtad del almirante hacia Carlos I.

La primera parte de la expedición sigue el guión previsto sin grandes problemas: tras una escala en las Canarias para aprovisionamiento, como era lo habitual, la flota atraviesa el Atlántico sin graves percances, llegando incluso a tocar continente americano antes de lo previsto.

Sin embargo, a partir de entonces, comienzan los problemas; navegando hacia el sur, buscando el paso que permita llegar a las islas de las especias en Asia, se comprueba que el continente es más extenso de lo que se pensaba, gastando más tiempo del esperado y provocando las primeras críticas de la tripulación al almirante, al que acusan de no conocer el rumbo exacto y de improvisar, poniendo a todos en peligro.

Finalmente, se descubre un estrecho con suficiente calado para permitir el  paso de la flota, ya casi en el extremo sur del continente aunque uno de los navíos, el San Antonio, amotinado por su capitán Juan de Cartagena, decidió dar media vuelta y regresar a Sevilla. Era el segundo barco que se perdía, pues en mayo, el Santiago había naufragado en el estuario del río Santa Cruz.

El cruce de este estrecho, llamado de Todos los Santos entonces, pero conocido hoy como de Magallanes, tuvo lugar el 28 de noviembre de 1520; como anécdota, mientras se producía el paso, algunos marineros contemplaron desde la borda cientos de hogueras en las orillas alimentadas por los indígenas, por lo que se decidió nombrar a esos territorios como “Tierra del fuego”, tal y como se sigue haciendo hoy día.



Este hito hizo posible que la flota alcanzara por fin el océano Pacífico aunque la calma estaba lejos de llegar.  Al poco de cruzar el estrecho, parte de la tripulación decidió amotinarse, matar al almirante y regresar a casa, liderados por los capitanes Gaspar de Quesada, Luis de Mendoza y Juan Sebastián Elcano.

La rebelión fue sofocada por Magallanes con mano dura, llegando a ejecutar a varios de los amotinados aunque muchos fueron perdonados (el mismo Elcano) en vista de que serían necesarias todas las manos posibles para volver a España.

Poco tiempo después, Magallanes y sus hombres se convierten en los primeros europeos en avistar las islas Filipinas; allí, el almirante decide fondear y desembarcar para aprovisionar los barcos y contactar con los indígenas para conseguir productos exóticos.

Sin embargo, un poco prevenido Magallanes cae en una emboscada y junto a varios de sus hombres, fue muerto en la isla de Mactán el 27 de abril de 1521, mientras el resto de la flota decide huir rápidamente.





Con la expedición descabezada, se decide que el nuevo jefe sea la mano derecha de Magallanes, el también portugués Duarte Barbosa, aunque falleció poco después en batalla contra los indígenas en otra isla.

En vista de que la tripulación era cada vez menos numerosa, el nuevo jefe Juan López de Carvalho, decidió abandonar la Concepción.

A partir de aquí, da comienzo la parte más penosa del viaje; los distintos jefes elegidos se van sucediendo al ir muriendo uno tras otro, hasta que Elcano queda como el definitivo, las provisiones van escaseando y no pueden reponerse ante el temor a desembarcar y ser atacado por los indígenas y temibles enfermedades, como el escorbuto, empiezan a hacer mella entre los tripulantes.

Para colmo, lo que queda de flota llega a las islas Molucas, territorio que ya se incluía en el circuito comercial portugués, por lo que de ser descubiertos por barcos de esta nacionalidad, serían inmediatamente detenidos y ejecutados. Precisamente así se pierde la Trinidad, abordada y hundida por los portugueses.

Por ello, les resulta imposible hacerse con alimentos y deben recurrir a alimentarse de todo aquello que tienen: caballos, perros, ratas e incluso el cuero de sus cinturones reblandecidos en agua. Con esas condiciones la mortalidad se eleva y la mayoría de la tripulación fallece en penosas condiciones.





Milagrosamente, la única nave que queda, la Victoria, rodea todo el continente africano, burlando hábilmente los barcos portugueses que vigilan esa ruta, tan preciada para ellos aunque la falta de alimentos sigue provocando numerosos fallecimientos.

Por fin, el 6 de septiembre de 1522, los escasos 18 supervivientes llegan al puerto de Sanlúcar de Barrameda; desde allí, son remolcados hasta Sevilla, donde ponen pie dos días después.

La noticia se extiende entre la población sevillana y todos se agolpan en el puerto para ser testigos del desembarco de unos hombres que ya apenas recordaban. Éste no se produce ese mismo día, sino al siguiente; todos quedan mudos ante la dantesca imagen de los 18 supervivientes, con más aspecto de muertos que de vivos y un respetuoso silencio se propaga por todo el muelle.



 

Descalzos y casi desnudos, con cirios en la mano, procesionan penosamente hasta la catedral de la ciudad a darle gracias a la Virgen de la Antigua ante la cual se habían encomendado antes de partir casi 3 años antes.

Más de mil días después, de más de catorce mil leguas navegadas, de cuatro naves perdidas y de más de doscientas vidas sacrificadas, la primera vuelta al mundo se había completado, y se había demostrado que la Tierra era redonda y no plana como aún defendían muchos.

Poca hazañas como ésta había visto hasta entonces la humanidad y pocas más se verán.

La lista completa de los héroes, facilitada por Antonio de Pigafetta:

-          Juan Sebastián Elcano, de Vitoria (piloto)

-          Francisco Albio  (piloto griego)

-          Miguel de Rodas (piloto griego)

-          Juan de Acurio, de Bermeo (piloto)

-          Antonio de Pigafetta (cronista italiano)

-          Martín de Yudícibus (marinero italiano)

-          Hernando de Bustamante, de Mérida (marinero y barbero)

-          Nicolás de Nauplia (marinero griego)

-          Miguel Sánchez de Rodas (marinero griego)

-          Antonio Hernández, de Ayamonte (cocinero)

-          Francisco Rodríguez, de Sevilla (marinero)

-          Juan Rodríguez, de Huelva (marinero)

-          Diego Carmena, de Bayona (marinero)

-          Hans (artillero alemán)

-          Juan de Arriata, de Bilbao (grumete)

-          Vasco Gómez Gallego, de Bayona (grumete)

-          Juan de Santander, de Cueto (grumete)

-          Juan de Zubileta, de Baraclado (paje)

 

 



jueves, 10 de septiembre de 2020

LA MAGIA BARROCA DEL HOSPITAL DE LA CARIDAD

 


Podemos sentirnos muy afortunados de vivir en el país en el que vivimos así como de nuestra comunidad autónoma y no me refiero sólo a como ciudadanos sino sobre todo, como docentes, pues entre cosas, tenemos a nuestra disposición y muy cerca de nosotros un patrimonio histórico, artístico y cultural como el que pocos pueden disfrutar.

Y esa sensación se acrecienta aún más cuando somos conscientes de ese patrimonio del que hemos hablado pero extrapolado únicamente al ámbito sevillano, tanto de su metrópoli como de la provincia.

Sí, y es que todo aquel docente que desarrolla su actividad profesional en dicho marco espacial tiene gran parte de su trabajo hecho simplemente con esta circunstancia.

¿Alguien puede negar el gran valor que tiene para nuestro alumnado poder desarrollar una actividad fuera del aula en estos marcos incomparables?

Por muchos recursos que utilicemos en el aula, y menos cuando nos movemos en el ámbito histórico-artístico, nada puede compararse a disfrutar de ese patrimonio con sus propios ojos, sentirlo de cerca, aspirar prácticamente el olor a historia a corta distancia...herramienta metodológica tradicional pero no por ello anticuada u obsoleta.

Y esa función didáctica para nuestros alumnos la cumple a la perfección la Iglesia Hospital de la Caridad.

Este emblemático edificio sevillano se localiza en el barrio del Arenal, justo entre el río Guadalquivir y la Catedral. Es un claro ejemplo de arte barroco hispalense del siglo XVII, comenzada a construir sobre el año 1644, sustituyendo a la antigua capilla de San Jorge, y dándose por terminada hacia 1670. Ya en la década de 1720 se completó la obra con la construcción de los patios del edifico del hospital y de la torre de la iglesia, autoría del arquitecto Leonardo de Figueroa, que también estuvo a cargo de los trabajos anteriores.

A destacar de todo el complejo la fachada, muy característica obviamente del barroco andaluz, estructurada en tres cuerpos de altura, cuyos dos tramos superiores se decoraron con azulejos que representan a los santos Jorge y Santiago, así como a las llamadas Virtudes Teologales, la Fe, la Esperanza y la Caridad, algo muy típico de la época de la Contrarreforma. En la parte inferior, se puede apreciar dos esculturas muy curiosas de dos reyes santos muy vinculados a Sevilla como son San Fernando y su primo San Luis de Francia.


También muy importante es el patrimonio artístico que cobija el edificio en su interior, destacando obras de artistas de la época de primerísima fila como Murillo, Valdés Leal o Pedro Roldán, lo que convierte al mismo en prácticamente un museo de renombre especializado en el Barroco. A destacar la serie del maravilloso Valdés Leal dedicada a la muerte y a lo efímero de la vida, como recoge su “Finis gloriae mundi e In Ictu Ocule” que aún impresionan pese a los siglos transcurridos desde su creación.



Pero no podemos olvidar el papel desempeñado por el Hospital a nivel social para con la ciudad y sus habitantes.

La razón es que no se puede desligar la historia del edificio de la hermanad a la que acoge, pese a que ésta es bastante anterior a la construcción  del mismo.

La Hermandad de la Caridad, fundada en el siglo XV, se dedicaba principalmente a atender a aquéllos de los que normalmente nadie se preocupaba, algo novedoso por entonces, los difuntos. En una gran ciudad como era la Sevilla de aquellos tiempos, era muy elevado el número de pobres y personas sin nada, que en los años de inundaciones del Guadalquivir o de epidemias de peste, quedaban sin enterrar; la Hermandad se encargaba de forma desinteresada y voluntaria de realizar esa incómoda tarea, rescatando numerosos cadáveres del río.



Pero todo cambia con la llegada a la Hermandad, en la segunda mitad del siglo XVII, de don Miguel de Mañara, que apenas un año después de entrar en la misma, se convirtió en su Hermano Mayor.

Este destacado miembro de la sociedad sevillana, rico y poderoso, con tierras e importantes cargos políticos, tras una serie de trágicas vicisitudes familiares (quedó viudo y perdió varios hermanos en muy poco tiempo, mayormente por los estragos de la peste) dio un vuelco a su vida y decidió entregarse en cuerpo y alma a sus “nuevos hermanos”.

Rediseñó por completo a la Hermandad, ampliando sus obligaciones (ayudar no sólo a los difuntos, también a todos aquellos que necesitaran algo), otorgándole unas nuevas reglas a seguir y sobre todo, dotarle de un edificio y de todo un programa iconográfico a la altura de las ambiciosas tareas de la misma y que ya han sido debidamente reseñados.  Mañara consiguió así dar forma a uno de los edificios más importantes del Barroco andaluz y español, empleando la mayor parte de su fortuna personal para lograrlo. No se escatimó en el esfuerzo y se contrataron grandes artistas para decorar el templo como hemos visto.



Poder disfrutar  de todo eso, vivir esa experiencia única en el marco de nueva actividad fuera del aula, es algo verdaderamente enriquecedor que nuestro alumnado merece y debería aprovechar.

Sí, decididamente, ser docente y estar rodeado de semejantes “recursos”, es para sentirse afortunado.



miércoles, 9 de septiembre de 2020

BLAS INFANTE: PADRE DE LA PATRIA ANDALUZA

 

                                                       

Pronunciar el nombre de Blas Infante no es pronunciar un nombre cualquiera en nuestra comunidad autónoma.

Cuando lo hacemos nos referimos, nada más y nada menos, que al considerado de forma unánime como el “padre de la patria andaluza”, la persona que con su trabajo y con su sacrificio logró el reconocimiento y el respeto de las características específicas de todos los andaluces que conforman nuestra nacionalidad, aunque él no viviera lo suficiente como para verlo plasmado en la comunidad autónoma que disfrutamos en nuestra región desde 1981.

Una prueba de lo imprescindible de su figura la tenemos en la gran cantidad de calles, plazas, monumentos o edificios que llevan su nombre, y sobre todo, y es lo que más nos afecta a nosotros, los docentes andaluces, de centros educativos pertenecientes a todos los niveles.

Pero ¿quién fue Blas Infante?

Blas Infante nació en Casares, pequeño pueblo situado en la sierra de Málaga, en un caluroso 5 de julio de 1885, hijo de Luis Miguel Infante, de profesión secretario del juzgado de dicha localidad y de Ginesa Pérez de Vargas, ama de casa; huelga decir que en la actualidad, todo el municipio de Casares está repleto de referencias a la figura de Blas Infante, destacando el azulejo que muestra a los visitantes su casa natal.




Tras cursar los estudios elementales en su mismo pueblo, por las limitaciones de su localidad el pequeño Blas tuvo que realizar el resto de su carrera académica fuera de Casares, destacando el Bachillerato que estudió en las Escuelas Pías de Archidona, hasta los 14 años, completado con otros dos años en el Instituto Aguilar y Eslava de Cabra, en la provincia de Córdoba.

Sin embargo, el joven estudiante se encontró con problemas derivados de la delicada situación económica de sus padres, afectados por la crisis que conllevó en general el desastre de la Guerra de Cuba al país entero, lo que llevó a tener que acabar por libre su último año de Bachillerato.

A pesar de las duras circunstancias, logró culminar la carrera de Derecho en la facultad de Granada gracias al dinero que conseguía trabajando en el juzgado de Casares en el que estaba empleado su padre, aunque esto le impedía asistir a las clases y sólo podía acudir a los exámenes en los meses de verano.

Con muchos sacrificios, terminó la carrera en 1906, lo que le permitió opositar para notario, consiguiendo la plaza en Cantillana (Sevilla) desde 1910. 

Su estancia en este pueblo sevillano será vital en su formación política e ideológica; ya en su juventud había sido testigo de las pésimas condiciones de vida y trabajo de los jornaleros de su Casares natal pero sus viajes por la región mientras estudiaba y los lugares a los que se desplazaba por motivos laborales le convenció de que se trataba de una situación generalizada y de que era necesaria una respuesta política y social que al menos suavizara las dificultades e injusticas que padecía el campo andaluz.

Citando al mismo Blas Infante:

 “Yo tengo clavada en la conciencia desde la infancia la sombría visión del jornalero; yo le he visto pasear su hambre por las calles del pueblo”.



Es en estos años cuando se forja la figura de líder nacionalista que Blas Infante es hoy, y también nos ayuda a entender las razones por las que el nacionalismo andaluz nació con un gran componente de reivindicación política pero sobre todo, social, a diferencia de otros nacionalismos surgidos en la península unas décadas antes como el catalán o el vasco.

El joven notario malagueño se marca como objetivo la lucha por las mejores en las condiciones socioeconómicas andaluzas, producto según él de siglos de dejadez desde las administraciones nacionales con la región y que han provocado el atraso de la misma, potenciando el beneficio de otras.

Para facilitar su tarea y aprovechando la cercanía de Cantillana, Blas Infante se introduce poco a poco en el círculo intelectual de la capital sevillana, cuyo centro neurálgico era el célebre Ateneo, donde se reunían otros ilustres representantes del nacionalismo andaluz como él, y que le familiarizan con la ideología republicana y federalista surgida años antes.



Infante queda así plenamente integrado en la corriente regionalista que había aparecido en España tras el Desastre del 98 y que clamaba por cambios urgentes para la modernización de España, y caracterizados por ser muy críticos con la monarquía, cada vez más debilitada, de Alfonso XIII.

Además, comienza en esta etapa su fructífera producción literaria, que le convierten en la cabeza visible del movimiento andalucista; en el año 1915 se publica  “El ideal andaluz”, quizá su obra más emblemática, en la que expone la dura situación del campesinado en Andalucía, el papel jugado por los latifundistas en la creación de esas dificultades y adelanta posibles soluciones para terminar con esos abusos.



En 1918 se produce otro hecho clave en su vida; se celebra la Asamblea de Ronda, una reunión de andalucistas que pretendía asentar y desarrollar lo ya planificado en el anterior Congreso de Antequera de 1883 y que había dado lugar a un proyecto de Constitución Federalista para Andalucía aunque sin efecto práctico alguno.

En Ronda se ahondó en ese aspecto e incluso se fue más allá con la aceptación a idea del propio Infante de adoptar como insignias andaluzas una bandera y un himno. Como bandera, Infante eligió los colores verde y blanco que se retrotraían a la época de Al-Ándalus, de la que cual era un gran admirador, y como escudo, se adoptó el de Hércules con los dos leones, tomados del propio escudo de la ciudad de Cádiz.



Su implicación política aumentó aún más a partir de las elecciones de 1918, llegando a presentarse por el distrito electoral de Gaucín; sin embargo, su carrera fue de escasa relevancia por culpa de la actuación de los caciques, enfrentados a él por su defensa de los derechos de los jornaleros, que usaron sus influencias para sabotear sus posibilidades electorales.

No desanimado por ello, continuó con su lucha, y en 1919 firmó, junto a otros compañeros, el Manifiesto andalucista de Córdoba, que reconocía a Andalucía como una más de las nacionalidades históricas que compondrían una futura república federal si este tipo de estado se instaurara en España.

También a partir de ese año tuvieron lugar importantes cambios a nivel personal en la vida de Infante, como su matrimonio con Angustias García, del que nacieron cuatro hijos, y sus viajes, cada vez más numerosos, a Marruecos, que fueron claves para entender su amor por la cultura musulmana en general y por la andalusí en particular; diferentes testimonios afirman que Blas Infante llegó incluso a convertirse al Islam aunque su propia familia siempre desmintió esos rumores.




Años duros vinieron para el andalucismo con la instauración en España de una dictadura militar, nacionalista y centralista como la del general Miguel Primo de Rivera, que terminó con la clausura de varios centros andalucistas, hecho denunciado por Blas Infante; todo el tiempo que duró la dictadura, Infante no cejó en su empeño y mantuvo contactos con otros regionalistas, como los galleguistas y dio conferencias por distintas localidades con el fin de mantener viva la idea del andalucismo.

Se entiende por ello que el fin de la dictadura y la caída de la monarquía alfonsina poco después, que trajo la República a España, fueran recibidas con entusiasmo por todo el andalucismo, y en particular, por Blas Infante, que creía llegada la hora de hacer realidad su gran sueño.

Se instaló en Coria del Río (Sevilla), donde obtuvo su nueva plaza de notario, en una casa que llamó Dar al-Farh (“casa de la alegría”) construida y decorada al estilo árabe.




Durante la Segunda República (1931-1936) siguió participando en la vida política: presidió la Junta Liberalista de Andalucía, se presentó en varias ocasiones por el Partido Republicano Federal aunque sin lograr acta en el parlamento y siguió publicando libros sobre el andalucismo.

En 1933, tuvo lugar otro hito en el nacionalismo andaluz cuando Infante adoptó un canto religioso, “Santo Dios”, que escuchaba a los jornaleros cuando iban a trabajar, como himno de Andalucía con la letra cambiada por él mismo; este himno junto a la bandera y el escudo presentados en la Asamblea de Ronda de 1918, fueron elegidos como oficiales para Andalucía cuando ésta logró su autonomía en 1981, por lo que aún perduran.

Además, una brecha de esperanza se abría cuando la República, dentro de su programa de descentralización del estado, concede la autonomía a Cataluña y después al País Vasco y se compromete a estudiar el caso de otras regiones, como Galicia, Valencia o Andalucía.

El sueño de Blas Infante parecía más cerca que nunca.

Sin embargo, todo se fue al traste con la insurrección militar que comenzó la noche del 17 al 18 de julio de 1936, que supondrá el inicio de una sangrienta guerra civil y el fin de la República tres años después.

En los primeros días tras el levantamiento, cuando se produjeron asesinatos por ambos bandos sin juicio previo, la tragedia se cernió sobre Blas Infante, como ocurrió con tantos españoles más.

Un grupo de falangistas se presentaron en su casa de Coria y le detuvieron; acusado de traidor, por defender el andalucismo, lo cual no casaba con el centralismo de los sublevados, fue subido a un camión y fusilado junto a otros desdichados como él en un punto de la carretera que une Carmona con Sevilla.

Cuatro años más tarde la infamia se completa cuando su asesinato queda justificado con la aplicación con carácter retroactivo de la Ley de Responsabilidades Políticas (1940), porque según el jurado:

formó parte de una candidatura de tendencia revolucionaria en las elecciones de 1931 y en los años sucesivos hasta 1936 se significó como propagandista de un partido andalucista o regionalista andaluz”.

Sus asesinos habían matado al hombre pero  la Andalucía libre, por España y por la humanidad, que tanto defendió, había nacido ese día.



Power Point: El mundo de los romanos